domingo, 18 de marzo de 2012

“El Cancionero del Duque de Calabria”: cuando Valencia fue metrópoli

Al igual que el “Cancionero de Palacio”, el “Cancionero del Duque de Calabria” constituye una muestra relevante de la música que se interpretaba en los reinos de España en el siglo XVI. Esta colección representa el legado cultural del mecenas Ferran d´Aragó (1488-1550), duque de Calabria y virrey y lugarteniente general del Reino de Valencia desde 1526 hasta su muerte.

A lo largo de la segunda mitad del siglo XV, Valencia se fue convirtiendo en una de las ciudades más importantes y culturalmente atractivas del Mediterráneo, favorecida por la crisis social y económica que sufrían Castilla y Cataluña. Lugar de encuentro de comerciantes y artistas procedentes de Castilla, Portugal, Francia, Países Bajos y Alemania, gozaba de una vida pública rica y diversa que contempló como florecían los principales monumentos arquitectónicos de la ciudad, como la Llotja, el palacio de la Generalitat o las Torres de Quart. Durante aproximadamente un siglo fue uno de los epicentros de la cultura europea, un lugar donde siempre ocurrían cosas interesantes. Y fue durante los años de gobierno del duque de Calabria cuando adquirió su máximo esplendor en el plano musical.

Ferran d´Aragó, hijo primogénito del rey Federico II de Napoles, tuvo una juventud llena de vicisitudes. Tras ser desposeído del trono su padre, la familia se exilia en 1501 a Tarento, en donde fue capturado por las tropas del capitán Gonzalo Fernández de Córdoba y enviado preso a Xátiva, donde pasó once años. En 1523 el emperador Carlos I le devolvió la libertad bajo juramento de fidelidad y a condición de no reivindicar su derecho sobre el Reino de Nápoles, y arregló su matrimonio con Germana de Foix, virreina de Valencia, que tuvo lugar en Sevilla en 1526. Diez años más tarde fallece la esposa y en 1540 Ferran desposó a doña Mencía de Mendoza, marquesa de Cenete, una mujer culta, amante de las letras y erasmista, lo que para la época era sinónimo del libre pensamiento.

El duque de Calabria estableció su corte como un importante foco cultural e intelectual, intentando emular el brillo de que tuvo su padre en Nápoles. Verdadero humanista y hombre del Renacimiento, entendiendo como tal a aquel que muestra una sed insaciable de saber y conocer acerca de diversas disciplinas, abrió las puertas de su palacio a la literatura y las artes escénicas, e impulsó especialmente la música, que lo que nos interesa aquí, a través de una capilla musical, que ya en la época de la reina Germana contaba con más de cuarenta cantores y músicos. Entre los maestros de la capilla del duque figuran los nombres de Pedro de Pastrana (1529-1533) y Juan de Cepa (1544-1554), aunque también se especula (aunque sin aportar las suficientes pruebas, por desgracia), que también ejerció el cargo el gran Mateo Flecha el Viejo, precisamente en el espacio temporal que queda entre los anteriores. En palabras de fray José de Sigüenza: “junto [el duque] la mejor capilla de músicos ansí de voces naturales, como de todo género de instrumentos, que huvo en España, ni la ha avido después acá tan buena, en número, abilidades y voces”.

La antología que nos ocupa, también conocida como “Cancionero de Uppsala” dado que fue descubierta en la biblioteca de la universidad de dicha localidad sueca en 1909, es una selección de cincuenta y cuatro villancicos, de los cuales doce corresponden a las festividades navideñas, que dibujan un fresco vivo de la canción lírica popular de la época. A pesar de que las obras de la colección no están atribuídas a sus autores, parece lógico pensar que se trata de composiciones de músicos que tuvieron relación con la corte valenciana como Pere Joan Aldomar, Cristobal de Morales, Bartolomeu Cárceres o el citado Flecha.

Entre las doce piezas religiosas que incluye el cancionero, siempre he sentido predilección por “Yo me soy la morenica” por la viveza y alegría de su melodía. Alude este villancico a la Virgen de Montserrat – la “Moreneta”-, que canta en primera persona, e incluye el verso de Salomón “Nigra sum sed formosa”, además de otros maravillosos, como por ejemplo:

“Yo soy la mata inflamada
ardiendo sin ser quemada,
ni de aquel fuego tocada
que a las otras tocará”




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