martes, 25 de julio de 2017

Oniria graba la música para ministriles de los Códices de Huehuetenango guatemaltecos

A pesar de la desidia institucional y de contar con un público de nicho, la música antigua está viviendo en la actualidad un momento de actividad efervescente sumamente atractivo. Y es que son numerosas las personas que trabajan en este campo en nuestro país como lo son también los proyectos al respecto. Las investigaciones, grabaciones, recitales y conferencias se suceden trayendo a la luz del presente los sonidos, instrumentos y personalidades de hace siglos que el tiempo ha ido cubriendo con capas de olvido.

Hoy traemos aquí noticia de una de esas iniciativas maravillosas que nos descubren toda la grandeza y la belleza de la música que se hacía en el pasado. Se trata de un proyecto del conjunto de sacabuches malagueño Oniria de grabación de piezas contenidas en los Códices de Huehuetenango, una recopilación de música del siglo XVI hallada en Guatemala en 1963.

Oniria es una de las formaciones más relevantes del panorama de la música antigua española actual. Han participado en los principales festivales y eventos especializados, como FeMÀS de Sevilla, el Ciclo de música de las tres culturas de Córdoba, el Festival de Arte Sacro de Madrid o el Festival de Música Antigua “Mare Musicum” de Roquetas de Mar. Especializados en la música para sacabuche -el padre del trombón actual- de los siglos XVI, XVII y XVIII, en 2011 grabaron un disco dedicado a la música de Georg Daniel Speer (1636-1707), Trébol Musical de Cuatro Hojas. Esta será por tanto la segunda grabación del grupo que despierta no poca expectación en todos los que hemos tenido la suerte de verles tocar en directo.

Oniria, aparte de haber recibido el Premio de la Akademia Music Award de EEUU en el apartado de "Mejor vídeo de música clásica", ha tenido varias candidaturas a los Premios GEMA, que concede la Asociación Española de Grupos de Música Antigua, recibiendo el galardón en 2017 en la categoría “Mejor Productor-Gerente” otorgado a Caroline Astwood.

Daniel Anarte y Víctor Rondón
Hablamos con Daniel Anarte, el director del ensemble, para que nos cuente un poco más de este fascinante proyecto que ahora comienza. Su interés por los Códices de Huehuetenango tiene su origen en sus viajes a América, en concreto el que realizó a Chile, donde Anarte colaboró con Syntagma Musicum, grupo residente de la Universidad de Santiago de Chile –USACH. En una segunda visita más reciente al país andino recibe como presente del musicólogo chileno Víctor Rondón, miembro fundador de Syntagma Musicum, unas fotografías del manuscrito de Huehuetenango. El regalo despertó inmediatamente su interés profesional: “este manuscrito me fascinó, no solo por el valor que contiene en sí mismo, sino porque, por ejemplo, entre el total de 15 manuscritos que conforman la colección, encontramos más de 193 piezas sin letra, o con solo el título o un brevísimo íncipit, que bien pudiéramos considerar “música instrumental” como los libros de música considerados “para ministriles” conocidos en la actualidad”.

Esos libros de música instrumental para ministriles que han llegado hasta nosotros nos recuerda Daniel Anarte que son el manuscrito 975 de la biblioteca de Manuel de Falla (E-GRmf 975), el libro de ministriles de la Colegiata de Lerma, el archivo C19 de música para ministriles de la catedral de Puebla, en México, y el libro 6 para ministriles de la catedral de Segovia.

Apunta el director del conjunto Oniria que con bastante probabilidad el documento de Huehuetenango fue copiado por los propios indígenas nativos de la región y que la música que contienen estos códices “son copias de otros libros de música tanto de Europa como de otros archivos americanos importantes en la época (catedrales de Bogotá, Ciudad de Guatemala o Puebla)”.

En este sentido, el compositor y musicólogo guatemalteco Dieter Lehnhoff (Espada y pentagrama, 1986) destaca la predisposición de los indígenas hacia la música y la facilidad con que fabricaban instrumentos y aprendían la notación. En su obra  cita a este respecto a Fray Bartolomé de las Casas:

"...Ninguna cosa ven, de cualquiera oficio que sea, que luego no la hagan y contrahagan. Luego como vieron las flautas, las cherimias, los sacabuches, sin que maestro ninguno se los enseñase, perfectamente los hicieron, y otros instrumentos musicales. Un sacabuche hacen de un candelero; órganos no se que hayan hecho, pero no dudo que no con dificultad bien y muy bien los hagan…”.

No solamente eran los habitantes originarios de Guatemala diestros en la fabricación de instrumentos, que según dejó escrito el dominico también se mostraban hábiles en la ejecución musical:

"La música, cuanto en ella y en el arte excedan, cantando así por arte canto llano y de órgano y en componer obras en la música y en hacer libros della por sus manos, como en ser muy diestros en tañer flautas y cheremias y sacabuches y otros instrumentos semejantes, a todos los destas partes es muy notorio.”
Resulta curioso, teniendo en cuenta el interés de Oniria por la faceta de música instrumental o de ministriles que presentan los códices, que Bartolomé de las Casas no deje de citar dos de los principales instrumentos que utilizaban los conjuntos de ministriles europeos, como son la chirimía y el sacabuche.

Y llegamos al pasaje que dedica el fraile a la faceta de copistas o amanuenses de los indios guatemaltecos:

"Escribanos de letra de obra para libros de la iglesia, de letra y punto para el canto, son no menos que en lo demás admirables y hacen libros grandes a cada paso.”
La evidencia de la “intensidad en el cultivo de la polifonía”  como la define Lehnhoff, en las zonas más remotas del interior de Guatemala durante el siglo XVI queda reflejada en los Códices de Huehuetenango, documentos conservados por los herederos de sus copistas y descubiertos para occidente en la segunda mitad del siglo XX. De hecho, en el propio manuscrito está acotada su fecha de creación entre 1582 y 1635. Daniel Anarte concluye que “un punto diferenciador entre los manuscritos de Huehuetenango y el resto de música sin letra ´para ministriles´, es que, presumiblemente, el guatemalteco fue copiado a mano por indígenas nativos de la región”.

De los nueve manuscritos que concentran la polifonía, los siete primeros fueron hallados en la población de Santa Eulalia, y los otros dos en las poblaciones de San Juan Ixcoi y San Mateo Ixtatán, respectivamente.

La colección incluye piezas polifónicas de compositores europeos como Heinrich Isaak, Loyset Compère, Jean Mouton y Claudin de Sermisy, además de una nutrida representación de autores españoles como son Alonso de Ávila, Francisco de Peñalosa, Pedro de Escobar, Juan García de Basurto, Diego Fernández, Matheo Fernandez, Cristobal de Morales, Pedro de Pastrana y Rodrigo de Ceballos. También están presentes en los códices aquellos que ejercieron como maestros de capilla en la catedral de Santiago de Guatemala, en concreto, Hernando Franco y Juan Pérez.

Omar Morales y Daniel Anarte
Dentro de esta tarea de “arqueología musical” que está llevando a cabo Oniria, nos informa Daniel Anarte de un peculiar hallazgo que ha pasado desapercibido por los principales estudiosos de los códices. Se trata de una versión del Romance del Moro de Antequera en el manuscrito guatemalteco hasta ahora considerada de autor anónimo, pero que concuerda con la versión que aparece en el libro de cifra Orphenica Lyra, cuyo autor, Miguel de Fuenllana, atribuye a Cristóbal de Morales. El valor del descubrimiento de Anarte ha sido corroborado por el antes citado Víctor Rondón y por el musicólogo de Guatemala Omar Morales y tendremos la oportunidad de escuchar la singular pieza cuando salga el CD dado que estará incluida en él.

jueves, 13 de julio de 2017

El viaje en el tiempo de Jota Martínez por los instrumentos musicales de la tradición medieval española

Tenemos entre manos una de esas obras que avivan la pasión de los aficionados a la música antigua y que contribuyen a despertar la curiosidad y el interés del público en general. Se trata del libro publicado por el musicólogo Jota Martínez Instrumentos musicales de la tradición medieval española (s. V al XV), un maravilloso catálogo de cuidada edición que nos transporta a la música de la Edad Media a través de textos que combinan el rigor académico con una prosa amena y cercana, de abundantes fotografías que ayudan a entender el origen y la estructura de cada pieza descrita y, por si lo anterior fuera poco, de dos discos que nos introducen a los sonidos reales que fluían de todos esos cordófonos, aerófonos, idiófonos y membranófonos descritos en las páginas de la obra.

El lector de este volumen se ve sumergido en un colorido mundo de sonidos, algunos procedentes de instrumentos más cercanos a nosotros por su supervivencia en la tradición, como las diversas flautas, la gaita o la zambomba, y otros de nombre oscuro y evocador del pasado lejano, como pueden ser el organistrum, el salterio o la cinfonia.

El responsable de este proyecto tan atractivo como necesario es Jota Martínez, multiinstrumentista, estudioso de la tradición musical medieval y creador él mismo de muchas de las piezas que retrata en el libro. Experto en un abanico de campos dentro de la música del Medievo -desde la zanfona o viola de rueda, hasta la percusión y los instrumentos de cuerda pulsada, como los laúdes y las cítolas-, nuestro hombre tiene en su haber su participación en numerosas grabaciones de grandes nombres de la música antigua y tradicional española, como pueden ser la Capella de Ministrers de Carles Magraner, Mara Aranda, que es la voz más sobresaliente de la recuperación de la música sefardita, o Eduardo Paniagua, una referencia obligada en la reconstrucción de nuestra música medieval gracias a la titánica obra de grabación que está llevando a cabo con su sello discográfico Pneuma.

Como apunta el profesor Jordi Ballester en el prólogo de la obra, el reto, por llamarlo de alguna manera, de este proceso de reconstrucción histórica es llegar a conocer cómo sonaban estos instrumentos en la Edad Media y cuáles eran los gustos musicales de nuestros antepasados. El resultado de este esfuerzo puede llegar a sorprendernos arrojando sonidos ajenos a lo que se suele concebir como “música clásica occidental”. Y es que trabajos como el que nos ocupa nos alejan de aquellas ficciones de la música del Medievo reinventadas con instrumentos modernos, de pastiches fusión que nos atormentan desde la década de los setenta como la denominada “música celta” y de otros atentados new age en su vena más acústica que falsamente remiten a la tradición histórica.


El trabajo de Jota Martínez viene avalado precisamente por su base en una colección de instrumentos reconstruidos, que integran el catálogo que presenta el libro, y que siguen los modelos que presenta la iconografía medieval. Porque, lejos de responder a las elucubraciones de un lutier ingenioso e imaginativo, cada una de las piezas que se nos exponen tiene su origen bien en un cuadro, una escultura o un texto descriptivo de la época, algo que el volumen se encarga de aclararnos con abundantes fotografías y textos explicativos.

El medievalista Eduardo Paniagua subraya en su texto introductorio esta faceta del libro, la de conectar con las manifestaciones musicales del pasado y a sus ligaduras, y cito textualmente, “a las fuentes literarias: leyendas y memorias, a los documentos iconográficos: miniaturas, pinturas, bajorrelieves, y la diálogo con los constructores de los instrumentos hoy desaparecidos”. El propio Jota Martínez nos confirma este particular cuando reconoce que se guía para “resucitar” estos instrumentos del pasado por “los músicos e instrumentos que aparecen en las tallas de piedra de iglesias y catedrales románicas y góticas; las imágenes de códices y manuscritos, algunos sobre música, otros sobre ciencias y otros sobre vida y costumbres y también las que encontramos en pinturas, bien en paredes o en otros soportes como tablas, muebles, telas, etc.”

En total se nos presentan alrededor de 150 instrumentos distintos, cada uno con su correspondiente ficha explicativa y documentación gráfica, debidamente clasificados por familias: membranófonos (mayormente de percusión), idiófonos (campanas, sonajeros, triángulos…), aerófonos de embocadura o bisel, aerófonos de lengüeta batiente simple, aerófonos de lengüeta batiente doble, aerófonos de boquilla, cordófonos punteados y repercutidos (guitarras, laúdes, salterios…) y, finalmente, cordófonos frotados (violas, rabeles..).

A los amantes de la música antigua probablemente nos suenan familiares términos como laúd, vihuela, salterio o viola, pero sin duda despiertan nuestra curiosidad, si no los hemos oído antes, nombres como organistrum, albogón, atamborete o adufe, por mencionar unos pocos. Son la medida de la riqueza de conocimientos sobre los sones de otras épocas que nos transmite este libro. Una fuente importante de este tipo de conocimientos es el  Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita,  en concreto del capítulo que lleva por título De cómo clérigos e legos, e flayres e monjas, e dueñas, e joglares salieron a reçebir a don Amor, citado repetidas veces en la obra y que fue glosado por Ramón Menéndez Pidal en su Poesía juglaresca y juglares de 1942. En este pasaje en concreto, Juan Ruiz hace un vivo retablo de los instrumentos que tocaban los músicos profesionales de su época, muchos de los cuales podemos ver en fotos y escuchar en las pistas de los discos que acompañan a los textos de Jota Martínez.

El material del proyecto se completa, además de con un abultado listado de referencias bibliográficas para aquel que quiera profundizar más en el tema, con una relación de lutieres actuales especializados en la confección de instrumentos antiguos. Los nombres y el esbozo biográfico de aquellos que se esfuerzan por recuperar los instrumentos del pasado, algunos -como apunta Jota Martínez en el prólogo de la obra- que han llegado hasta nosotros evolucionados con un aspecto distinto y otros que se estancaron y se quedaron casi sin alteraciones en la música popular de todo el mundo.


Sobre los dos discos que incluye el libro, solamente apuntar que constituyen un magnífico registro de la música medieval española y que presentan un valor en sí mismos independiente de su función ilustrativa sobre lo descrito en los textos. Podemos deleitarnos con su escucha como los magníficos discos de sonidos medievales que son e incluyen entre su variado elenco de intérpretes las voces de Mara Aranda y Carmen Botella y la ejecución del rabel de Carles Magraner, aparte del propio Jota Martínez que toca en las pistas una lista de instrumentos demasiado larga para reproducir aquí. 

En suma, Instrumentos musicales de la tradición medieval española (s. V al XV) constituye una iniciativa que se proyecta en tres dimensiones de igual relevancia que nos ayudan a comprender todo el significado de cada instrumento: sus orígenes y las fuentes artísticas y literarias que los reproducen, su morfología, es decir, su forma y los materiales de su composición, y finalmente, el sonido que emite, gracias al estudio de cómo se interpretaba y a su grabación en las pistas de los discos.

Estamos ante un compendio necesario que aporta muchos elementos de valor al estudio de la música de la Edad Media.

El libro se puede adquirir en la web del autor.