domingo, 27 de noviembre de 2016

DeMusica Ensemble y la música de los conventos de las monjas compositoras

La buena salud de la que goza el campo de la música antigua en nuestro país se pone en evidencia con discos como el que hoy traemos aquí: O Clarissima Mater del grupo vocal murciano DeMusica Ensemble, que dirige Mª Ángeles Zapata y que está especializado en los sonidos de la Edad Media, del Renacimiento y del Barroco. Este proyecto, pues es una iniciativa que supera con creces la mera grabación de un CD, lleva el subtítulo Conventos Femeninos, Monjas Compositoras y se adentra con rigor y erudición en la música que se escribía en las estancias religiosas desde la alta Edad Media hasta finales del siglo XVII. Y en cada parada de este viaje fascinante a través del tiempo nos encontramos con la figura de una mujer, de una religiosa, y con su maravillosa música. 



Mª Ángeles Zapata y su equipo se han centrado en siete monjas de distintas épocas que nos legaron unas composiciones de una belleza conmovedora recreada por las voces de las siete integrantes de DeMusica Ensemble. Desde la bizantina Kassia hasta Isabella Leonarda, que murió en el siglo XVIII, pasando por la gran Hildegar von Bingen, uno de los personajes más interesantes de la Edad Media. 

Obras como la que nos ocupa, O Clarissima Mater, son especialmente necesarias teniendo en cuenta el olvido al que la musicología oficial somete tradicionalmente a las mujeres compositoras, de cuya abundancia e importancia en la historia de la música da cuenta Anna Bofill Levi en su interesante trabajo Los sonidos del silencio: Aproximación a la historia de la creación musical de las mujeres (2016). Esta autora defiende la existencia de una visión androcéntrica de la música y del lenguaje musical. Para ella, de alguna forma, las mujeres no se han visto sujetas a formas de moda o periodos estéticos puesto que su creación artística es una sucesión de momentos excepcionales: “las mujeres, artistas, compositoras en nuestro caso, no se han visto obligadas a utilizar estilos o formas de época, ni muchas veces han tenido la posibilidad ni la  necesidad de ser acogidas favorablemente por el público o por la crítica”.

Las oportunidades para las mujeres de convertirse en compositoras, o dedicarse a la música como algo más allá del ocio y el entretenimiento, eran más bien escasas antes del siglo XX, y en cualquier caso, acotadas a situaciones concretas. Como nos recuerda Diane Peacok Jezic ( Women Composers. The Lost Tradition Found, 1988) solamente se dedicaban a la creación musical las mujeres nacidas en familias de músicos (Barbara Strozzi, Francesca Caccini) o en familias reales o cercanas a la realeza (Ana Amalia de Prusia, Maria Theresia von Paradis), y luego aquellas que vivieron en entornos que define Peacok como “totalmente femeninos” (all-female environments), como pueden ser los conventos o los conservatorios venecianos de mujeres. Otra circunstancia que destaca la autora es que las compositoras debían ganarse el reconocimiento como cantantes o intérpretes, a través de actuaciones en la esfera privada de los salones y las reuniones sociales, antes de que se llegase a valorar su trabajo como creadoras.

Adicionalmente, siempre se consideró un tipo de música más “apto para mujeres”-piezas ligeras para piano, canciones amorosas-, mientras que las formas musicales más complejas y lógicas, como la música instrumental, el uso de la armonía y las formas contrapuntísticas, parecían reservadas para los hombres. Diane Peacok destaca la paradoja de que si la compositora se limitaba a  hacer “música femenina” estaba dándole la razón a los argumentos machistas que justificaban esa discriminación, pero por el contrario, si acometía las formas musicales más elevadas, de alguna forma estaba renunciando a su feminidad. 

DeMusica Ensemble ha elegido la faceta de la música compuesta por religiosas para como hilo conductor que conduce a través de la obra escrita por mujeres a través de los siglos. No es baladí la relación que establece el disco entre la mujer creadora y los conventos. A lo largo de la Edad Media, la única alternativa del matrimonio que tenía la mujer era tomar los hábitos y en el ámbito del convento era donde podía llevar a cabo actividades artísticas e intelectuales, entre las que destacaba la música, muy presente en la vida del retiro religioso. De esta forma, la monja establecía una múltiple relación con la música: recibía educación como novicia en el canto, interpretaba la liturgia a lo largo de la jornada del convento y llegaba a componer en ocasiones su propia música sacra, que podía llegar a incorporarse en la liturgia. 

La especialización musical de los conventos llegó a ser tan renombrada que en la Italia de los siglos XVI y XVII estas instituciones religiosas atraían a ilustres y nobles visitantes. Algunos de los más famosos de la época fueron Santa Radegonda en Milán, en donde residió Chiara Margarita Cozzolani, y San Geminiano de Módena, que acogió a Sulpitia Cesis. Ambas son protagonistas de este disco que nos ocupa. A modo de ejemplo, el escritor de Módena Giovanni Battista Spaccini en su Cronaca Modenese (1588-1636) describe una situación acaecida en 1596 en que una procesión paró en el citado convento para escuchar interpretar a las monjas, cuyo ensemble incluía “todo tipo de instrumento musical” y tocó y cantó motetes escritos por la propia Sulpitia Cesis. Por otro lado, el gran duque Cosimo III de Medici visitó en 1664 Santa Radegonda y también describe dos conjuntos musicales actuando en dicha residencia compuestos por “cincuentas monjas contando cantantes e instrumentistas de suma perfección”. Estos testimonios ponen en evidencia que en los conventos había un nivel musical de reconocida excelencia.

Abre esta obra una pieza de aires orientales atribuida a la evocadora figura de Kassia de Constantinopla, una mujer cuya inteligencia y sublime creatividad le han garantizado un lugar preeminente entre los nombres propios del Imperio Bizantino. Kassia, Eikasia o Ikasia, nacida hacia el año 810, era una bellísima mujer de gran cultura que, se cuenta, renunció (o de alguna forma evitó) convertirse en esposa del emperador Teófilo, al que superaba con creces intelectualmente. Fundó en 843 un convento a las afueras de Constantinopla y ejerció allí de abadesa hasta el fin de sus días. Conocida por sus poemas de tema sagrado y a pesar de que hay dudas sobre la autoría de sus obras, en el campo musical compuso sobre todo Sticheron, piezas de largos versos que se cantaban en los oficios matutinos y vespertinos a lo largo del año litúrgico. El himno seleccionado por DeMusica Ensemble tiene nos deja un regusto misterioso y arcaico de encanto oriental.

La siguiente parada del disco tiene lugar en Alemania en el siglo XII y se centra en la religiosa y visionaria Hildegard von Bingen, fundadora del monasterio de Rupertsberg a orillas del Rhin. De una producción intelectual, esta religiosa medieval compuso tres grandes libros visionarios: el Scivias, el Liber vite meritorum y el Liber divinorum operum; escribió, además de numerosas obras breves ­hagiografías y tratados doctrinales­, una Physica, un ciclo de canciones al que denominó Symphonia armonie celestium revelationum , el drama litúrgico Ordo Virtutum, y mantuvo además una abundante correspondencia con personajes como Federico Barbarroja y los papas, así como con San Bernardo. Sus composiciones musicales son mayormente antífonas, himnos, secuencias y responsorios, uno de los cuales, O Clarissima Mater, cede el título al CD.

Sulpitia Lodovica Cesis vivió en Módena entre 1577 y 1619, pasando enclaustrada la mayor parte de su vida en el convento de San Geminiano. De su obra destaca su colección de motetes, paradigma de la música que se componía en las instituciones italianas en el siglo XVII. Lo particular de esta mujer es que dejó indicaciones en sus composiciones para instrumentos tales como cornetas, violones, archiviolenes y trombones, así como partes de bajo. Tres de sus composiciones aparecen en el disco, entre las que destaca Maria Magdalena et Altera Maria, un dúo para dos voces. Solamente hay dos dúos en su colección de motetes espirituales, pues el resto de las veintitrés composiciones son para cuatro voces (2), para cinco (1), para seis (2), para ocho (15) y para doce (solamente una).

La siguiente protagonista de esta obra es Chiara Margarita Cozzolani que vivió en Milán entre 1602 y 1678 y fue abadesa del convento de Santa Radegonda. Parece ser que, aparte de ser una brillante compositora, como atestiguan las dos obras que forman parte de esta recopilación, defendió el derecho de las monjas de hacer música, algo que intentó limitar el arzobispo Alfonso Litta, junto con otras prerrogativas de la religiosas.

Poco se sabe de Gracia Baptista, aparte de que era una monja italiana y parece ser que una ilustre organista, a juzgar por la inclusión de su obra en el Libro de Cifra Nueva para tecla, harpa y vihuela de Luis Venegas, publicado en 1557, que constituye una magna antología de la música del reinado de Carlos V y que está imbuido de un marcado espíritu didáctico. El himno Conditor Alme Siderum está considerado como la primera pieza musical escrita por una mujer en España de la que se tiene constancia.

Por otro lado, Bianca María Meda fue monja benedictina en Pavía a finales del siglo XVII y compuso un libro de motetes para una, dos, tres y cuatro voces, publicado en 1691 en Bolonia.

Finalmente, el disco se cierra con tres composiciones de Isabella Leonarda (1620-1704), una religiosa de Santa Úrsula en Novara, que nos ha legado más de doscientas obras sacras. Su devoción por la Virgen era tal que siempre le dedicaba sus obras, aparte de hacerlo a algún patrón terrenal. Le son atribuidas once sonatas a trío y una sonata para violín y órgano continuo, que son la primeras que nos han llegado compuestas por una mujer.

El disco O Clarissima Mater, aparte de reivindicar el papel olvidado que ha jugado la mujer en la historia de la música, es una bellísima selección de piezas capaces de conmover y emocionar.  



miércoles, 23 de noviembre de 2016

Rodrigo Rodríguez, el lamento del shakuhachi por el terremoto Hanshin

Hoy traemos a este medio un nuevo trabajo del experto en la flauta de bambú shakuhachi Rodrigo Rodríguez. Se trata de un vídeo en el que el intérprete toca una pieza contemporánea, pues a pesar de ser un instrumento medieval japonés asociado a los Komuso o Monjes del vacío, todavía es objeto de composiciones por parte de maestros actuales.

En este caso Rodrigo interpreta una obra del repertorio de su profesor, Kohachiro Miyata, que gira en torno al segundo terremoto más drástico del siglo XX en Japón, el terremoto de Hanshin. Este seísmo, cuyo epicentro se situó cerca de la ciudad de Kobe, tuvo lugar el 17 de enero de 1995 acabando con la vida de más de 6.000 personas. Desgraciadamente el archipiélago ha sufrido un nuevo movimiento de tierra esta semana, aunque sin víctimas por fortuna.

Kohachiro Miyata es uno de los mayores expertos mundiales en el arte del shakuchachi y ha tocado en el prestigioso grupo Ensemble Nipponia tanto música tradicional como contemporánea.

Como curiosidad musical, comentar que en la parte técnica de la pieza se desarrollan unas melodías en las tres posibles octavas que se pueden tocar virtuosamente con el bambú, llegando a la tesitura más alta consiguiendo notas extremamente agudas y puras.


miércoles, 9 de noviembre de 2016

San Isidoro como teórico musical: herencia clásica y tradición visigoda

Isidoro de Sevilla es sin duda una de las figuras más interesantes de la España de la Alta Edad Media previa a la invasión musulmana. Arzobispo de la capital hispalense desde 599 hasta 636, su influencia como pensador entre los eruditos medievales posteriores es ampliamente reconocida, pero fue además junto con su hermano un decidido impulsor de la conversión de la casa real visigoda del culto arriano al catolicismo. Su importancia dentro del seno de la Iglesia llevó a su canonización como San Isidoro de Sevilla.

A pesar de lo extenso de su obra, Isidoro no está considerado como un escritor original, dado que, como gran parte de los intelectuales eclesiásticos de esos primeros siglos del medievo, su mayor valor es el haber preservado y sistematizado elementos del saber clásico grecorromano. Sobre él se ha llegado a  afirmar que si bien su filosofía no contiene puntos de vista originales, su legado es el compendio más razonado, más comprensivo y más completo de la filosofía posible en la época, es decir, que sus escritos nos dan una idea de los límites del conocimiento en su tiempo.

Entre sus numerosos libros destaca Historia de regibus Gothorum, Vandalorum et Suevorum o sea la historia de los pueblos godos, vándalos y suevos que invadieron la península durante el siglo V acabando con la hegemonía romana. Se trata de una obra propagandística que persigue afianzar la asimilación de la presencia visigoda en aquella España en potencia de entonces. También se cuenta entre sus trabajos más conocidos las Etimologías, en donde resume todo el conocimiento de su tiempo, exponiéndolo ordenado por materias.

Uno de los campos en los que Isidoro aporta conocimientos interesantes es en el de la teoría musical. La importancia que para él tiene la música en la formación del espíritu es decisiva y también como soporte de otras materias, como afirma en sus Etimologías: “Sin la música, ninguna disciplina puede ser perfecta, puesto que nada existe sin ella”.

Gracias a su libro De ecclesiasticis officiis ha llegado hasta nosotros la forma de los cantos litúrgicos visigodos, alguno de los cuales fue compuesto por el propio arzobispo. El IV Concilio de Toledo, presidido en 633 por Isidoro, unificó el canto y la oración en Hispania y Galia:

“..Conservemos pues, en toda España y Galia un mismo modo de orar y de cantar, idénticas solemnidades en las misas, una forma en los oficios vespertinos y matutinos; ni en adelante sea diversa la costumbre eclesiástica en nosotros que conservamos una misma fe y vivimos en un reino; pues decretaron los antiguos cánones, que todas las provincias observen iguales costumbres en el cántico y ministerios..”

La obra de San Isidoro pretende explicar la música, sus elementos e instrumentos. Parte de las teorías de Pitágoras que le llegan a través de Boecio y de Casiodoro. De esta forma, concibe la música como un componente del Quadrivium. La Mathematica es la ciencia de las cantidades en abstracto y contiene cuatro ramas: Aritmética, Música Geometría y Astronomía. La música es la ciencia que trata de los números que esconden los sonidos. Al Quadrivium le dedica Isidoro el Libro III de sus Etimologías y trata la música del capítulo XIV al XXIII.

Isidoro divide la música en armónica, rítmica y métrica. La armónica es la que distingue unos sonidos de otros (agudos-graves); la rítmica es la que trata de la fusión del sonido y la palabra, y la métrica estudia las diferentes formas de verso. También habla de música armónica, orgánica y rítmica, siendo la primera en la que el sonido procede de la voz; la orgánica cuando procede de un instrumento de viento, y finalmente, la rítmica, como su propio nombre indica, la que procede de la percusión.

Existe una obra, Institutionum Disciplinae, que Ramón Menéndez Pidal atribuye sin dudarlo a Isidoro, a pesar de que otros expertos cuestionan la autoría, y en la que se expone el sistema educativo de esa sociedad hispanogoda en la que vivió nuestro arzobispo. En ella se destaca la importancia de la música entre las disciplinas que debe aprender un joven noble de la época:

“Debe retener también el arte de la jurisprudencia, abarcar la filosofía, la medicina, la música, la geometría, la astrología, y de tal forma se halle adornado de estas disciplinas todas que no pueda de ningún modo parecer desconocedor de las artes más nobles.”
De acuerdo con Menéndez Pidal, el mancebo de alta sociedad recibía enseñanzas de corte clásico, gramática y música, combinadas con otras de origen godo, de acuerdo con su interpretación de los contenidos del Institutionum, que dice literalmente “en el ejercicio de la voz debe cantar al son de la cítara gravemente, con suavidad, y no cantares amatorios o torpes, sino preferir los cantos de los antepasados (carmina maiorum), por los cuales se sientan los oyentes estimulados a la gloria”.

Ramón Menéndez Pidal defiende que San Isidoro recomendaba educar a la juventud visigoda en los carmina maiorum o los cantos épicos que entonaban sus antepasados godos antes de las batallas, algo que a su juicio, era completamente ajeno a la costumbre romana. La finalidad de estas canciones era que los oyentes se sintieran incitados a la gloria. Y cita un testimonio del historiador griego Prisco que relató la reacción del público en un banquete del huno Atila en el que dos cantores comenzaron a recitar un poema épico: “Los convidados tenían los ojos fijos en los cantores: unos se deleitaban en la poesía; otros, recordando las guerras, sentían enardecerse su ánimo; otros, cuyo cuerpo enflaquecido por la vejez les condenaba a la inacción, no podían contener las lágrimas”.

Las ideas sobre la música de San Isidoro son apreciadas y citadas profusamente a lo largo de la Edad Media por autores como Aureliano de Réomé, Hucbaldo, Engelberto, Aegidius Zamorensis, Jerónimo de Moravia, Odington o Marchettus de Padua.