viernes, 27 de marzo de 2015

La música y los músicos de Felipe II

Es harto conocida la debilidad que sentían determinados monarcas de la edad moderna por la música. En Inglaterra, Enrique VIII destacó como compositor e intérprete y su hija Isabel fue también una relevante mecenas, de hecho su figura inspiró la recopilación de madrigales The Triumphs of Oriana que reunió composiciones de veintitrés de los mejores músicos británicos de su época;  la pasión de Luis XIV de Francia por la danza y por la música y el favor que manifestaba por el genial Jean-Baptiste Lully también son de sobra conocidos.

En el caso de España, los Reyes Católicos nos legaron como muestra de sus inclinaciones musicales el Cancionero de Palacio, que no es otra cosa que una antología de las piezas que se supone que más gustaban en la corte de Isabel y Fernando. Del monarca Carlos I también se conoce su afición por los músicos flamencos, que predominaban en su capilla real, y su figura ha donado para la historia un sobrenombre a la pieza de Josquin des Prez Mille Regretz, pues parece ser que por la afición que sentía por sus acordes ha llegado a conocerse como la Canción del Emperador.

Pero, ¿cuál fue la relación de Felipe II con la música? Debemos suponer que heredó la sensibilidad musical de su padre, además de asumir su capilla real de músicos flamencos. Y lo cierto es que vivió uno de los grandes momentos de esplendor de la música española.

Cuando nació el rey Felipe en 1527 todavía estaba viva la gran figura musical de la corte de los Reyes Católicos, Juan del Encina, que elevó con su arte hasta lo sublime los géneros del villancico y del romance. Murió dos años más tarde del alumbramiento del monarca, pero dejaba un panorama en el que la cultura musical española brillaba con esplendor propio.

Felipe crece en la era en que los grandes vihuelistas españoles están publicando sus libros de cifra que son el equivalente a los libros para música de laúd de los músicos italianos, alemanes y franceses, desde la primera mitad del siglo XVI, y de los ingleses hacia finales del mismo.

El Libro de música de vihuela de Diego Pisador se publica en Salamanca en 1532; cuatro años después aparece  El Maestro de Luis de Milán, seguido de la obra de Luis de Narváez (1538), Alonso Mudarra (1546) y Enríquez de Valderrábano (1547). La segunda mitad del siglo nos entrega Orphénica lyra de Miguel de Fuenllana (1554) y  El Parnaso de Esteban Daza, éste ya en la fecha tardía de 1576.

Se trata de una época prolífica y brillante musicalmente hablando, en la que entre muchos otros nos encontramos con Pedro de Pastrana y Mateo Flecha, que tras servir en Valencia en la corte del duque de Calabria entraron en el entorno de Carlos I, Cristobal de Morales que triunfa en Roma o Diego Ortiz, que en 1558 asume las funciones de maestro de capilla en la napolitana mantenida por el virrey, el tercer duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo.

El niño Felipe contó con su propia pequeña capilla de músicos desde los siete años, cuando se inaugura la Casa del Príncipe en 1535, como nos cuenta el musicólogo Pepe Rey en el magnífico artículo que escribió para la Fundación Juan March con motivo del ciclo Felipe II y las bellas artes de 1998. El pequeño tuvo a su servicio a un maestro de danza y a dos tañedores de tecla, Francisco de Soto y un joven ciego llamado Antonio de Cabezón.

Cabezón, una de las cumbres de la música española de todos los tiempos, sirvió a Felipe II durante cuarenta años y le acompañó haya donde iba, trasladándose por la península con la corte o siguiendo al monarca al extranjero. Fue una persona muy unida a la familia real. No en vano a su muerte en 1566 el mismo soberano hizo escribir en su sepulcro del antiguo convento de San Francisco el Grande: “Murió, ¡ay!, llorándole toda la Corte del Rey Felipe, por haber perdido tan rara joya.”

En 1543 Felipe asume la regencia y dispone de una capilla en condiciones dirigida por el maestro Juan García de Basurto. Al abdicar su padre en 1555, recibe la capilla del emperador que dirigía Nicolás Payen. Éste muere en 1559 y le sucede en el cargo Pierre de Manchicourt. Desde aquí en adelante todos los maestros de la capilla real de Felipe II serán flamencos.

Subraya Pepe Rey que este empeño del monarca por contratar músicos flamencos no supone un desprecio por los profesionales españoles. A su juicio, por una parte Felipe pretendía mantener la composición de la capilla original de su padre – y cita el deseo expreso del emperador de que su hijo “tenga su capilla en pie, como se está, sin disminuir della”-; y también considera que una capilla de composición flamenca tenía el valor de la imagen de marca, como diríamos en términos actuales de marketing, dado el prestigio de esa escuela de músicos.

Felipe II disfrutaba de la música y prueba de ello es la cantidad de piezas y conjuntos de piezas de la mayor calidad que se dedicaron a su persona. De acuerdo con lo expuesto por Rey en su artículo, la lista de nombres supone todo un lujo para cualquier aficionado a la música antigua:

“Palestrina le dedicó dos libros impresos; Victoria otros dos; Fernando de las Infantas, cuatro; Francisco Guerrero, Hernando de Cabezón, Miguel de Fuenllana y Diego Pisador, uno cada uno. Bartolomé de Escobedo y Philippe Rogier compusieron sendas misas con el emblema "Philippus Secundus Rex Hispaniae". Nicolás Gombert escribió un motete para celebrar su nacimiento; Alonso Mudarra, Tylman Susato, Thomas Tallis, Antonio de Cabezón, Georges de la Hèle, Joan Brudieu y Cesare Negri, entre otros, festejaron con música -y el último con danza- diversos acontecimientos de su reinado; Alonso Lobo, Adrián Capy y Ambrosio Cotes compusieron obras con motivo de su muerte.”
En cuanto a la relación personal del rey Felipe con las artes musicales, parece ser que no era aficionado al canto puesto que se le atribuye la frase: “No sabré decir la voz que tengo, porque nunca la he probado”. Parece ser que tañía la vihuela, aunque no con la destreza de su hermana doña Juana. Pero parece ser que sí danzaba bastante bien e incluso, cuando se vio aquejado de gota, procuraba colocarse en un trono “desde donde se veían con toda comodidad los pies y las cadencias de los que bailaban, a quienes examinaba con atención”, de acuerdo con testimonios de la época.

Sin embargo, el género musical que más entusiasmaba a Felipe II, y que concuerda con el retrato de su personalidad que ha llegado hasta nosotros, es el de la música religiosa. De acuerdo con el testimonio del padre José de Sigüenza, bibliotecario de Su Majestad en El Escorial, la pasión del monarca por las ceremonias sacras era tal que llega  a afirmar el jerónimo: “jamás le vi vencido en cosas del oficio divino, por largas que fuesen en este convento y nos venció él a todos muchas veces”.

El canto llano y la liturgia fueron las formas musicales preferidas del rey, hasta el punto de que cuenta el propio padre Sigüenza una curiosa anécdota sobre cómo Felipe se internó en secreto como un ladrón en la capilla para poder hojear un libro recién llegado de canto litúrgico: “Tuvo tanta gana de verlo, por ser el primero, que, después de recogidos los religiosos, entró a gatas por una ventana que salía de su aposento al coro; andaba el Prior mirando si estaban los frailes recogidos y, como vio luz en el coro, entró a ver quién era y halló al Rey dentro y cogióle con el hurto, de que sin duda se puso colorado.”

sábado, 21 de marzo de 2015

The Triumphs of Oriana: los madrigales para una reina


El reinado de Isabel I introduce definitivamente a Inglaterra en la Edad Moderna, habiendo sido su padre Enrique VIII bisagra entre el viejo mundo medieval y el Renacimiento. Es durante la etapa isabelina de la era Tudor cuando el país adquiere sus principales señas de identidad nacional y cuando comienza a erigirse como potencia de ultramar.

Tras las guerras con Francia y los conflictos dinásticos internos que tienen lugar durante el siglo XV, generalmente se percibe en la distancia la época Tudor (que abarca desde que Enrique de Lancaster vence a Ricardo III en 1485 hasta la muerte de Isabel en 1603), como un periodo de paz y cohesión social, pero escrutando esos días con detalle, la realidad puede no ser así después de todo.

A pesar de que Enrique VII se apresuró a afianzarse en el trono de Inglaterra contrayendo matrimonio con su prima tercera Isabel de York, en el intento de cerrar la disputa entre las dos rosas definitivamente, las intrigas sucesorias entre la nobleza fueron constantes durante la primera mitad del siglo XVI. Desde luego que la falta de descendencia de los Tudor no contribuyó a mejorar la situación puesto que los reyes niños fueron un factor de debilitamiento del trono (Enrique VIII comenzó a reinar con diez años y su hijo Eduardo VI con nueve).

Por otro lado, desde la ruptura de Enrique VIII con Roma, aparece el problema de los choques religiosos entre católicos y protestantes, lo que implica en el orden externo conflictos en las relaciones con España y con Francia. Las persecuciones a las que somete a la población protestante la católica María Tudor durante su breve reinado (1553-1558), que le granjean el sobrenombre de Bloody Mary (María la Sanguinaria), tienen su contrapeso en la rigidez con la que su sucesora Isabel I impone el culto protestante en el país prohibiendo cualquier manifestación de catolicismo.

La agitación política se acentuó a finales del reinado de la última monarca Tudor con la conspiración e intentos de golpe de estado del noble Robert Devereux, Earl de Essex, en 1601, que sería seguida por el atentado fallido contra Jaime I Estuardo de un grupo de católicos en 1605, en lo que ha pasado a la historia como la “Conspiración de la Pólvora”.

Por todo ello, Isabel I necesitaba vehículos eficaces de propaganda de su persona y de su figura como símbolo de la Inglaterra unida capaz de enfrentarse a las otras naciones europeas. The Triumphs of Oriana es un buen ejemplo de este tipo de obras de exaltación de la real persona.

The Triumphs of Oriana (Los triunfos de Oriana) es una recopilación de madrigales dedicados a la reina publicada en 1601 por el músico Thomas Morley. Se trata de 25 piezas en total firmadas por 23 compositores, pues Morley y Ellis Gibbons aportan dos cada uno. Todas las canciones concluyen con el mismo verso: “Thus sang the shepherds and nymphs of Diana: long live fair Oriana” (“Así cantaban los pastores y las ninfas de Diana: larga vida a la bella Oriana”).

Los admiradores de Isabel I solían referirse a ella en sus obras con todo tipo de nombres que contribuían a la idealización de la monarca: Pandora, Gloriana, Cynthia, Belphoebe o Astraea. El dramaturgo Thomas Dekker lo justificaba alegando que eran “distintos nombres para expresar distintos amores” y que todos aquellos nombres “configuraban un mismo cuerpo celeste” (Old Fortunatus, 1599).

La recopilación está basada en gran parte en madrigales ya conocidos por la sociedad de la época, pero supone, aparte del homenaje real, un símbolo del alcance de la obra de la comunidad madrigalista inglesa. Participan en la obra músicos de la talla de Thomas Weelkes, Robert Jones, John Wilbye, aparte del promotor, Thomas Morley.

La influencia italiana de The Triumphs of Oriana es innegable; no en vano los propios ballets de Morley siguen con gran fidelidad el modelo de madrigal que se hacía en Italia. La inspiración de la antología también procede de la península mediterránea pues tiene allí un precedente en la iniciativa del Padre Gionenale, que reunió a treinta y siete de los mejores compositores de la época para elaborar una obra colectiva de canzonetti y madrigales dedicada a la Virgen María.

Un factor adicional que destaca de esta colección de madrigales es el aire pagano que destila y el fuerte componente de la mitología grecorromana que contiene. La alusión a las ninfas, a la diosa Diana… todo ello en un marco campestre y pastoril.

La sociedad inglesa isabelina celebraba el primer día de mayo saliendo al campo a recoger flores y a celebrar fiesta y bailes. De hecho hay una palabra en el inglés de la época difícil de traducir que alude a este evento y que aparece con frecuencia en los textos de los madrigales: “to go a-maying” (algo así como “ir a mayear”).

Edmund Fellowes (The English Madrigal, 1925) sitúa el origen de esta costumbre en la dominación romana, en concreto, en los juegos florales o Floralia que tenían lugar el 28 de abril. Durante el Renacimiento británico todo el pueblo se echaba al campo el 1 de mayo desde el amanecer para recoger flores y festejar, y al final de la jornada se elegía y coronaba a la Reina de Mayo.

La propia reina Isabel participó en alguna ocasión en estas fiestas de mayo, como en 1601 en que acepta la invitación de Sir William Cornwallis para asistir a los juegos que se celebraban en Highgate.

Volviendo a The Triumphs of Oriana, no todos los expertos concuerdan en que se trata de una obra de alabanza a la monarca. El profesor de musicología Jeremy L. Smith defiende que se trata de un trabajo más cercano a los conspiradores católicos que a la casa real (The Identities of Oriana and Diana, 2005). De acuerdo con su teoría, tanto Morley como su mentor, el gran William Byrd, simpatizaban en secreto con la causa del conspirador Essex y con la defensa de una mayor tolerancia de la política real hacia el culto católico.

Smith afirma que The Triumphs of Oriana estuvo originalmente destinada a mostrar la simpatía por la causa de Robert Devereux, Earl de Essex, y por la defensa de una rápida sucesión de Isabel I por Jaime I Estuardo, que pensaban sería más benevolente con el culto no protestante. Para este autor, la “Oriana” de la colección de madrigales hace referencia a Ana, la esposa de Jaime, y la “Diana” que aparece, a la hermana de Essex, Penelope Rich.

Independientemente de la motivación que inspiró The Triumphs of Oriana lo cierto es que la historia de la música ha heredado una bellísima recopilación de madrigales.


domingo, 8 de marzo de 2015

Los instrumentos de los ministriles

Ya desde la Edad Media al músico profesional dedicado al mester de juglaría, es decir intérprete de música profana, se le denominaba ministril porque ejercía un oficio o ministerium. Por lo general, y exceptuando aquellos que estaban contratados de manera permanente por alguna casa noble, se trataba de instrumentistas que vendían sus servicios de forma ocasional e independiente.

En el siglo XV los ministriles se agrupaban en “coplas” o conjuntos que tocaban puntualmente tanto en celebraciones religiosas como civiles. Su repertorio era amplio y variado: desde música religiosa hasta danzas y canciones de moda de la época.

Aparte de la corte, algunas altas casas señoriales contaban con su propio grupo fijo de ministriles, algo que solamente se podían permitir las familias más opulentas dado el elevado coste de mantener “en plantilla” a un conjunto de músicos. Como curiosidad, mencionar que la galera capitana de la armada real contó con un conjunto fijo de ministriles turcos durante el siglo XVII.

Donde sí se crearon plazas fijas para ministriles fue en las capillas musicales de las catedrales a partir del siglo XVI. Fue pionera en este particular la catedral de Sevilla contratando en 1526 a cinco ministriles asalariados: tres chirimías, tiple, tenor y contratenor, y dos sacabuches, pues como expresa un documento del templo “será muy honroso en esta santa iglesia y en alabança del culto divino”.

En 1544 se funda una capilla de ministriles en la catedral de León y en 1554 se aprueba la creación de la de Burgos. El arzobispo de Valencia hace lo propio en 1560 contratando a cuatro tañedores de chirimía, sacabuche, flauta, corneta, orlo y trombón, bajo la dirección del maestro Lope del Castillo. La catedral de Palencia cuenta con músicos asalariados desde 1567, la de Oviedo desde 1572, Huesca a partir de 1578 y en Zaragoza, en 1582 el Pilar y en 1591 la Seo.

Ya en el siglo XV comenzó a establecerse la diferencia entre ministriles “de cuerda” y “de boca” en función del tipo de instrumento interpretado, aunque con el tiempo el término “ministril” acaba haciendo alusión exclusivamente a los músicos que tocaban la chirimía.

La chirimía era un instrumento de viento con doble lengüeta, de forma cónica que se abre en el extremo. Por cómo es representada en la iconografía de la época, debía ser muy parecida a la dulzaina actual. Al Igual que ésta, emitía un sonido muy alto y penetrante que le valió a sus intérpretes la denominación de “ministriles altos”. En cualquier caso era un instrumento ideal para que la música se pudiese escuchar en ambientes bulliciosos festivos.

A mediados del siglo XV, la primera mención es de 1468, desde Francia llega el sacabuche para acompañar a la chirimía en los conjuntos de ministriles. El sacqueboute, en su denominación original, es el antepasado del moderno trombón: la técnica se basa en una pieza deslizante que permite variar la longitud del tubo produciendo un sonido bajo.

El sacabuche ofrecía el contrapunto grave al sonido estridente de la chirimía como expresa Sebastián de Covarrubias (Tesoro de la lengua castellana o española, 1611): “en la copla de los chirimías hay tiples, contraltos y tenores; acomódanse con el sacabuche, que tañe los contrabaxos.” Parece ser que este instrumento vino a sustituir a la chirimía baja que tenía un tubo de dos metros y que resultaba muy incómoda de interpretar, especialmente si el músico tenía que desplazarse durante la interpretación.

A finales del siglo XV las coplas de ministriles incorporaron la corneta, un instrumento que desciende del cuerno medieval, pero que es más versátil que éste, pues gracias a una serie de orificios podía emitir sonidos de diferentes alturas.

Finalmente, para reforzar los sonidos bajos los conjuntos de ministriles adoptaron el bajón, un instrumento de alrededor de un metro de longitud, de un solo bloque de madera, que presenta dos conductos comunicados a través de una pieza, lo que da lugar a un sonido doblemente grave. La primera referencia al bajón en nuestro país es de 1530, en la catedral de Pamplona, en un documento donde se encarga a un tal Juan de la Rosa la reparación de unos bajones propiedad del templo.

La chirimía, el sacabuche, la corneta y el bajón fueron los principales instrumentos interpretados por los ministriles, lo que no impedía que en ocasiones también tocasen ocasionalmente otros como flautas u orlos, que son aerófonos con forma de “J”.

martes, 3 de marzo de 2015

La poesía de la música isabelina inglesa

Los músicos ingleses de la era isabelina no concebían las letras de sus composiciones como una mera percha sobre la que colgar la música para darle volumen; el texto tenía entidad propia independiente de la melodía y era tratado como un producto final merecedor de toda voluntad perfeccionista y preciosista.

Los cancioneros de la época constituyen verdaderos volúmenes de la mejor poesía que poco tienen que envidiar a los libros de poetas como  Sir Philip Sidney, Henry Constable o del mismo Shakespeare.

De hecho, con frecuencia los compositores recurrían a la ayuda de los más destacados escritores de las letras inglesas para suministrar a su música de los versos lo suficientemente sublimes.

En ocasiones el mismo músico componía las letras, como sucede con Thomas Campion, que era tan buen poeta como compositor.

Al igual que en el caso de los escritores de sonetos, forma métrica que estuvo muy en boga en los ambientes culturales cortesanos en el cambio del siglo XVI al XVII, las letras de las canciones profanas inglesas tienen en el amor como uno de sus ejes principales.

El poeta o músico suele estar perdidamente enamorado de una dama de singular belleza que, o bien no le corresponde en la pasión, o lo que es peor, correspondiéndole, le traiciona.

De esta forma, y salvo honorables excepciones como pueden ser los alegres madrigales de Thomas Morley, el tono anímico de las composiciones va desde la melancolía más profunda hasta la desesperación.

El amor suele personificarse como la figura de un niño, al que se pinta como un ser inconsciente o como abiertamente cruel y como un peligroso enemigo.

En este post he querido recoger algunas estrofas de las muchas que pueblan los libros de canciones ingleses de la época isabelina para ilustrar, aunque de forma sucinta, la grandeza de las palabras que se esconden tras la música.

La figura y la obra de William Byrd son quizá las que abren este periodo tan espectacular y maravilloso de la música británica que se encuentra a caballo entre el Renacimiento tardío y el primer Barroco.

Su obra Psalms, Sonnets, and Songs of Sadness and Piety, publicado en 1588 el año de la invasión fracasada de la Armada Invencible, está considerado como el primer libro de canciones de consideración. Byrd fue un músico sobresaliente que destacó en todos los géneros existentes en su época, tanto sacros como laicos.Compuso numerosos madrigales que están repartidos en tres libros: el citado de 1588, Songs of sundrie natures en 1589 y Psalms, Songs and Sonnets, publicado en 1611.

William Byrd de Psalms, Sonnets, and Songs of Sadness and Piety, 1588.
Farewell, false Love, the oracle of lies,
A mortal foe and enemy to rest,
An envious boy from whom all cares arise,
A bastard vile, a beast with rage possest;
A way of error, a temple full of treason,
In all effects contrary unto reason.
Adiós, falso amor, el oráculo de las mentiras,
un adversario mortal y enemigo del descanso,
un niño envidioso del que surge toda preocupación,
un bastardo vil, una bestia poseída por la ira;
una equivocación, un templo lleno de traición,
a todos los efectos contrario a la razón.
John Dowland es la mayor estrella del laúd de la música isabelina (un soneto definía su estilo de tocar como“heavenly touch upon the lute”), y sus composiciones son el paradigma del sentir melancólico que impregnaba las artes británicas en la época.

Piezas suyas como Come Again o Flow My Tears son estándares habituales en los repertorios de los conjuntos dedicados a la interpretación de música antigua.Publicó tres libros de aires en 1587, 1600 y 1603, respectivamente.

 John Dowland de First Book of Songs and Airs, 1597.
If my complaints could passions move,
Or make Love see wherein I suffer wrong;
My passions were enough to prove
That my despairs had governed me too long.
O Love, I live and die in thee!
Thy wounds do freshly bleed in me.
Si mis quejas pudieran conmover,
o hacer que Amor viera cómo soy maltratado;
mis pasiones bastarían para probar
que mi desesperación me ha gobernado demasiado tiempo.
¡Oh Amor, yo vivo y muero en ti!
Tus heridas sangran frescas en mí.
 John Dowland de Second Book of Songs and Airs, 1600
You men that give false worship unto Love,
And seek that which you never shall obtain;
The endless work of Sisyphus you prove,
Whose end is this, to know you strive in vain.
Hope and Desire, which now your idols be,
You needs must lose, and feel Despair with me.
O sweet woods! the delight of solitariness!
O how much do I love your solitariness!
Vosotros hombres que falsamente adoráis al Amor,
y buscáis aquello que jamás obtendréis;
asemejáis el trabajo eterno de Sísifo,
cuyo fin no es otro que saber que habéis trabajado en vano.
Esperanza y Deseo, que ahora son vuestros ídolos,
debéis abandonar, y sentir Desesperación conmigo.
¡Oh dulces bosques! ¡La delicia de la soledad!
¡Oh cómo amo vuestra soledad!
Thomas Campion fue una figura muy peculiar. Aparte de ejercer como médico, fue un gran compositor y un poeta sobresaliente. Además escribió para la escena dentro del género de las mascaradas y se le considera casi tan bueno como Ben Johnson, el principal nombre de este estilo. Campion era un notable latinista (de hecho publicó un libro de epigramas en esta lengua), y estos conocimientos le convirtieron en un experto en métrica en su propio idioma.

Thomas Campion de Third Book of Airs , 1613
Fire that must flame is with apt fuel fed,
Flowers that will thrive in sunny soil are bred:
How can a heart feel heat that no hope finds?
Or can he love on whom no comfort shines?
Fair, I confess there’s pleasure in your sight;
Sweet, you have power, I grant, of all delight;
But what is all to me if I have none?
Churl that you are t’enjoy such wealth alone!
El fuego que debe arder es alimentado con el combustible adecuado,
las flores que florecerán son criadas en soleada tierra:
¿cómo puede un corazón sentir un calor que no encuentra esperanza?
¿o puede amar a quien no emite consuelo?
Bella, confieso que tu visión es placentera;
Dulce, tienes el poder, lo garantizo, de toda delicia;
¿pero qué significan para mí si no las tengo?
¡Eres mísera por disfrutar tú sola de toda esa riqueza!
Robert Jones fue un gran laudista y bastante prolífico, hay que decir, pues entre 1601 y 1611 publicó hasta seis libros de música. El fragmento aquí incluido pertenece a una pieza de contenido moral que desprecia la búsqueda de fama social en aras de la vida humilde y retirada.

Robert Jones de  Ultimum Vale or Third Book of Airs, 1608
Happy he Who, to sweet home retired,
Shuns glory so admired,
And to himself lives free,
Whilst he who strives with pride to climb the skies
Falls down with foul disgrace before he rise.
Feliz aquel quien, a dulce hogar retirado,
evita la tan admirada gloria
y vive libre para sí,
mientras que quien lucha orgulloso para trepar a los cielos
cae en el oprobio antes de ascender.
Algo menos conocido que otros nombres del panorama musical de las islas británicas, William Corkine tiene unas series de piezas para viola de gamba (o su variante la lira-viola que él tocaba) de singular belleza que han recuperado Fernando Marín y Nadine Balbeisi en su maravilloso trabajo discográfico Each Lovely Grace. Han llegado hasta nosotros dos de sus obras:  Airs to Sing and Play to the Lute and Basse Violl (1610)  y The Second Book of Ayres (1612).

William Corkine de Airs, 1610
Shall a frown or angry eye,
Shall a word unfitly placèd,
Shall a shadow make me flie
As if I were with tigers chasèd?
Love must not be so disgracèd.
¿Puede un ceño o mirada de enfado,
puede una palabra mal utilizada,
puede una sombra hacerme huir
como si fuese perseguido por tigres?
El amor no debe ser tan desgraciado.
Poco o nada se conoce de la vida de Henry Lichfild aparte de su libro de madrigales que es nuestra única referencia sobre su obra, First Set of Madrigals of 5 Parts: apt both for Viols and Voyces.

Henry Lichfild de First Set of Madrigals, 1613
I always loved to call my lady Rose,
For in her cheeks roses do sweetly glose,
And from her lips she such sweet odours threw
As roses do ‘gainst Ph[oe]bus’ morning-view:
But when I thought to pull’t, hope was bereft me,
– My rose was gone and naught but prickles left me.
Siempre me gustó llamar Rosa a mi dama,
porque en sus mejillas las rosas dulcemente aparecían,
y emitía de sus labios tan dulces olores
como hacen las rosas al enfrentar la visión de Febo en la mañana:
pero cuando pensé en cogerla, la esperanza me abandonó,
–mi rosa se había ido y no me dejó nada más que espinas.
John Wilbye es junto a Thomas Weelkes la cumbre de la escuela madrigalista inglesa. Publicó dos libros de madrigales, uno en 1598 y otro en 1609.

John Wilbye de Second Set of Madrigals, 1609
I live, and yet methinks I do not breathe;
I thirst and drink, I drink and thirst again;
I sleep and yet do dream I am awake;
I hope for that I have; I have and want:
I sing and sigh; I love and hate at once.
O, tell me, restless soul, what uncouth jar
Doth cause in store such want, in peace such war?
Vivo, y sin embargo pienso que no respiro;
tengo sed y bebo, bebo y vuelvo a tener sed;
duermo y sin embargo sueño que estoy despierto;
deseo aquello que tengo; tengo y deseo:
canto y suspiro; amo y odio a la vez.
Oh dime, alma inquieta, ¿qué extraña jarra
puede almacenar tal deseo, en la paz tal guerra?
El experto Edmund Fellows (The English Madrigal, 1925) considera a Thomas Weelkes el mejor madrigalista, no sólo de Inglaterra, sino de toda Europa. Destaca la genialidad y originalidad de este compositor en el uso armónico puesto que fue el primero en utilizar acordes cromáticos libremente.

Thomas Weelkes de Madrigals of Six Parts, 1600
 Like two proud armies marching in the field,
– Joining a thund’ring fight, each scorns to yield,
– So in my heart your beauty and my reason:
One claims the crown, the other says ’tis treason.
But oh! your beauty shineth as the sun;
And dazzled reason yields as quite undone.
Como dos orgullosos ejércitos marchando en el campo de batalla,
–entablando una tronante lucha, cada uno desdeñado la rendición,
–así están en mi corazón tu belleza y mi razón:
una demanda la corona, la otra acusa de traición.
Pero ¡oh! Tu belleza brilla como el sol;
y la razón deslumbrada se rinde derrotada.
Del oscuro madrigalista Thomas Greaves solamente se conoce su libro Songs of Sundry Kinds que contiene este fragmento en el que una tal Laura lleva al poeta a la desesperación por su inconstancia.

Thomas Greaves de Songs of Sundry Kinds, 1604
Inconstant Laura makes me death to crave,
For wanting her I must embrace my grave;
A little grave will ease my malady
And set me free from love’s fell tyranny.
Intomb me then and show her where I lie,
And say I died through her inconstancy.
La inconstante Laura me mata de deseo,
por quererla debo abrazar mi tumba;
una pequeña tumba curará mi enfermedad
y me liberará de la cruel tiranía del amor.
Enterradme pues y mostrarle a ella dónde yazgo,
y decidle que morí por su inconstancia.
Cerramos este post con un tema del siempre maravilloso Thomas Morley, cuyo estilo es lo que popularmente se asocia con la idea de madrigal.Morley se especializó en ballets, un subgénero alegre y desenfadado que suele llevar consigo coros del tipo “fa-la-la”. Parece que el nombre no es mera coincidencia y que el ballet  estaba originalmente asociado a la danza, aunque con el tiempo se disociaron y la música adquirió una entidad propia.

Thomas Morley de First Book of Ballets, 1595
The spring clad all in gladness
Doth laugh at winter’s sadness,
And to the bagpipe’s sound
The nymphs tread out their ground.
Fa la la!
La primavera vestida de alegría
se ríe de la tristeza del invierno,
y al son de la gaita
las ninfas pisan su terreno
Fa la la