domingo, 8 de abril de 2012

Juan del Encina, el hijo del zapatero que fue amigo del Papa

Sin duda uno de los grandes de nuestra música, Juan del Encina está considerado como el último gran poeta músico de la Edad Media, el primer polifonista español y uno de los padres del teatro lírico castellano. No son pocos títulos para una sola persona. Su figura destaca tanto en las letras como en las artes musicales y su fama trascendió nuestras fronteras alcanzando la Ciudad Eterna.

Salmantino de nacimiento, sus orígenes humildes no dejaban prever lo brillante de su carrera. Su padre era zapatero y tuvo ocho hijos a los que dio buenas carreras y formación. Juan nació en 1468 y a los dieciséis años entró a formar parte de los cantorcitos de la catedral de su ciudad, asistiendo a las clases en la escuela anexa al templo. Igualmente, estudió en la universidad graduándose en Derecho y tomando las órdenes menores. Gran parte de sus conocimientos musicales es probable que los recibiera de su hermano Diego, que ejerció de catedrático de música en la Universidad de Salamanca durante cuarenta y tres años.

Sin embargo, toda esta formación no estaba al alcance de personas de origen tan humilde como el de Juan del Encina, y aparte de los méritos personales del joven, hay que achacar este privilegio al hecho de que fue paje de don Gutierre de Toledo, hermano del segundo duque de Alba y maestrescuela y canciller de la universidad salmantina. Por alguna razón, quizá por amor a los placeres terrenales, Juan no se ordenó sacerdote y prefirió convertirse en músico cortesano, entrando en 1492 al servicio de don Fadrique Álvarez de Toledo, segundo duque de Alba, y trasladándose a vivir al palacio de Alba de Tormes.

Las funciones de un músico palaciego se concentraban básicamente en entretener a sus señores, dirigiendo los espectáculos y componiendo piezas dramáticas, poéticas y musicales para el solaz y esparcimiento de los duques. El entorno debía ser inmejorable para la creación artística, pues en palabras de Garcilaso de la Vega que acertó a pasar por allí:

“Allí se halla lo que se desea: virtud, linaje, haber y todo cuanto bien de natura o de fortuna sea”
La mayor parte de la obra laica de Juan del Encina se compuso en aquella época. Su Cancionero introduce por primera vez la polifonía en la música coral española, combinando la frescura y sencillez de la tradición poética popular con una corrección formal propia de la música culta. Escribió también piezas teatrales, incluyendo en ellas fragmentos de música, y es por ello que se le considera el precursor del género lírico en nuestro país, que más adelante se convertiría en la zarzuela.

Su proyección internacional se produce en 1499, año en que se traslada a vivir a Roma, entrando bajo la protección del papa español Alejandro VI. No está claro si su partida se debió a un desengaño amoroso (sería la versión más novelesca) o al hecho de que le negaron el puesto, que el consideraba merecido, de maestro de capilla de la Catedral de Salamanca (la versión de la historia más probable). En cualquier caso, este viaje, al que seguirían otros cuatro, difunde su obra más allá de nuestras fronteras y le permite conocer de primera mano el Renacimiento italiano -y  empaparse de él-, coincidiendo con Miguel Ángel, que en ese momento pintaba la Capilla Sixtina, Rafael o el laudista Giovanni Maria de Medici.

Tanto Alejandro VI como su sucesor Julio II tuvieron gran afición por Juan del Encina, colmándole de bulas y títulos en España, como por ejemplo el título de arcediano de la catedral de Málaga, del que se hizo cargo, en su nombre, su hermano Pedro. Sin embargo, al cumplir los cincuenta años se ve imbuido por una crisis religiosa que le lleva a ordenarse sacerdote y a renegar de todo el espíritu humanista que había asimilado en Italia. Realizó una peregrinación a Jerusalén (no se puede decir de él que no fue cosmopolita) y en 1523 se instaló definitivamente en España, ocupando el cargo de prior de la catedral de León hasta su muerte, que le fue otorgado por el papa León X, y que al igual que sus predecesores le quería y admiraba.


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